EE. UU. se fue de Vietnam hace 50 años. Ahora, una retirada diferente impacta Asia

Hace 50 años, mi padre, un reportero de guerra estadounidense, escaló por el muro de la embajada de Estados Unidos en la entonces Saigón y se subió a un helicóptero que despegó desde un techo.

“Mi última vista de Saigón fue a través de la puerta trasera del helicóptero”, escribió en el Chicago Daily News. “Luego la puerta se cerró. Se cerró el capítulo más humillante de la historia de Estados Unidos”.

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Mi padre creía en la teoría del dominó, en cómo una cascada de comunismo podría inundar Asia. Él, quien era veterano de la Segunda Guerra Mundial, escribió un libro titulado —sin mucha ironía— Not Without the Americans (“No sin los estadounidenses”).

Keyes Beech, a la izquierda con camisa blanca y gafas, en la embajada de Estados Unidos en Saigón, Vietnam, en abril de 1975.Credit…Beech Family Archives

El título parece un anacronismo, de una época en la que los estadounidenses paternalistas, confiados en su propia democracia imperfecta, imaginaban un mundo formado a su imagen y semejanza. Medio siglo después de la retirada de los últimos soldados estadounidenses de Vietnam, está claro cómo Asia está aprendiendo a vivir, si no sin los estadounidenses, sí con una nueva gran potencia: China.

La huella de Pekín está en todas partes, desde las aguas disputadas del mar de la China Meridional, donde los delicados arrecifes de coral han sido destrozados para construir bases militares chinas, hasta las remotas aldeas de Nepal, donde los mercados están repletos de productos chinos que llegan a través de carreteras construidas por chinos.

Un barco de la Guardia Costera china dispara un cañón de agua contra un barco fletado por la Armada filipina que el año pasado realizaba una misión rutinaria de reabastecimiento para los soldados destacados en el banco de arena Ayungin, en el mar de la China Meridional.Credit…Ezra Acayan/Getty Images

El vaivén del presidente Donald Trump en materia de aranceles, el debilitamiento de la diplomacia estadounidense y el desmantelamiento de la agencia para la ayuda estadounidense —y con este, el de cientos de programas en Asia— parecen otra retirada más; una que ni siquiera fue motivada por la fuerza militar.

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Cuando un terremoto impactó Birmania a finales de marzo, en el que murieron más de 3700 personas, Estados Unidos tardó mucho más que China en enviar ayuda. Luego despidió a los trabajadores humanitarios estadounidenses mientras estaban ahí, en el terreno.

“Estados Unidos solía representar la esperanza y la democracia, pero ahora han desaparecido cuando más los necesitábamos”, dijo Ko Aung Naing San, residente en Sagaing, el devastado epicentro del terremoto. “China envió ayuda rápidamente”.

Sin embargo, inmediatamente después de decir esto, Aung Naing San cuestionó las intenciones de Pekín en Birmania. Le preocupaba que China saqueara los recursos naturales de Birmania, y suplicó la ayuda de Estados Unidos. Cuando una junta militar derrocó a los dirigentes electos del país hace cuatro años, una resistencia prodemocracia pidió que Estados Unidos hiciera algo, lo que fuera, para enfrentar a los dictadores.

Washington no intervendrá en Birmania; otro problema en el sudeste asiático es lo último que cualquier gobierno estadounidense desea. Pero los ideales y las imágenes estadounidenses, incluso cuando sus instituciones fundamentales podrían correr peligro en casa, aún resuenan en el extranjero: Hollywood, los jeans, las nociones difusas de libertad.

En marzo entrevisté al general Chhum Socheat, viceministro de Defensa de Camboya. Estados Unidos había ayudado a renovar partes de una base militar allí, pero el gobierno camboyano recurrió más tarde a China para una modernización completa. La construcción estadounidense fue demolida y, a principios de abril, se inauguraron las instalaciones construidas por China, con la presencia de oficiales militares chinos.

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Dos barcos militares atracados en un muelle, en el centro, en la base naval camboyana de Ream, frente a la costa meridional del país. En abril, Camboya inauguró oficialmente ahí una base naval renovada por China, lo que suscitó la preocupación de Estados Unidos.Credit…Planet Labs Pbc, vía Agence France-Presse — Getty Images

Mientras salíamos de la entrevista, el general Chhum Socheat, quien había pasado una hora defendiendo a los líderes autoritarios de Camboya, me dio unas palmaditas amables en el brazo.

“Tu democracia estadounidense, ¿es un poco difícil ahora?”, preguntó con una preocupación sorprendente.

Respondí con un sonido ambiguo. Él continuó.

Camboya, dijo, aún se estaba recuperando de la destrucción de los años de los Jemeres Rojos, durante los cuales comunistas radicales arrasaron la sociedad y provocaron la muerte de hasta una quinta parte de la población del país.

“Estamos desarrollando nuestra democracia, como Estados Unidos, pero primero necesitamos paz y estabilidad”, dijo.

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Dudo que Camboya, donde una dictadura hereditaria ha eliminado a la oposición política y golpeado severamente a la libertad de expresión, esté realmente en una senda democrática. Y una de las razones por las que los camboyanos respaldaron a los Jemeres Rojos en 1975 fue una brutal campaña de bombardeos estadounidenses que se extendió desde la guerra de Vietnam.

Aun así, la referencia del viceministro de Defensa a la democracia estadounidense significaba algo perdurable en términos de ideales. El general Chhum Socheat dijo que le deseaba lo mejor a Estados Unidos y me instó a creer, en contra de las abundantes evidencias de lo contrario, que Camboya también quería estar con los estadounidenses.

Hace unos 25 años, poco antes del anterior gran aniversario de la salida de los estadounidenses de lo que hoy es Ho Chi Minh, me reuní con Pham Xuan An, un colega periodista vietnamita de mi padre. El tío An, como me pidió que lo llamara, estaba sentado en un café donde corresponsales extranjeros, espías y uno que otro novelista como Graham Greene solían tomar espesos cafés endulzados con leche condensada.

Pham Xuan An, corresponsal en la guerra de Vietnam del semanario estadounidense Time, quien llevó una doble vida como espía norvietnamita, en Ho Chi Minh en 2005. Murió en 2006 a los 79 años.Credit…Nicolas Cornet/Agence France-Presse — Getty Images

Su respiración era irregular a causa de un enfisema, la misma enfermedad relacionada con el tabaquismo que había matado a mi padre años antes. El tío An llevaba un gran reloj en su delgada muñeca; un regalo de mi padre, dijo.

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“El señor Beech era un patriota”, dijo, pronunciando la palabra a la manera francesa.

El tío An también era un patriota. Trabajó como corresponsal para la revista Time, pero en secreto ostentó el rango de coronel en el ejército de Vietnam del Norte, enviando información a los comunistas con tinta invisible. Él creía que Vietnam debía luchar por la verdadera independencia, no ser un peón en un juego imperial.

A pesar de sus años de leal espionaje, su larga asociación con los estadounidenses pudo haber afectado al tío An. Su carrera en la República Socialista de Vietnam nunca alcanzó el éxito que había esperado. Su hijo estudió en Estados Unidos, como él había hecho una vez, y luego regresó a casa.

Un día, durante los últimos días de la guerra de Vietnam, me dijo el tío An, mi padre había querido ir a un campo de batalla. Mi padre, un Marine estadounidense retirado, se sentía atraído por las trincheras, llenas de jóvenes reclutados para una guerra que ya se estaba convirtiendo en sinónimo de derrota estadounidense. El tío An le dijo a mi padre que se fuera a otra parte.

Aquel día, los norvietnamitas atacaron el lugar al que mi padre no había ido por consejo del tío An. Mi padre vivió, mientras los soldados estadounidenses morían.

“Me agradan los estadounidenses”, dijo el tío An.

Hannah Beech es periodista del Times radicada en Bangkok, y lleva más de 25 años cubriendo Asia. Se centra en reportajes en profundidad y de investigación.